Lo dicen innumerables anuncios, fantásticamente ilustrados, que aparecieron en la prensa madrileña entre 1903 y 1905 y que promocionaban un fantástico producto:
El "Vigorizador eléctrico del Dr. MacLaughlin", quien descubrió que la virilidad consistía en ELECTRICIDAD
Su inventor aseguraba, y leemos literalmente “que con su uso se restauraba la juventud y la humanidad, padecimientos de estómago, riñones, hígado, dolores de espalda, la ciática la varicela, la neurastenia, las jaquecas, las pérdidas vitales y toda clase de dolores y debilidad.
Este vigorizador no puede fracasar ya que infunde en todas la partes debilitadas del cuerpo fuerza, potencia y vida, tanto en hombres como en mujeres”.
Esta panacea universal se vendía en forma de un grueso cinturón eléctrico acompañado por una serie de electrodos que los pacientes debían colocarse en las zonas afectadas. Luego, el cinturón aplicaba pequeñas y no tan pequeñas descargas con las que solucionar todo tipo de problemas, por graves e íntimos que estos fueran.
Y es que, tal y como nos recuerda el Dr. MacLaughlin, “Al hombre de vigor, le corona la mujer hermosa”.