Se construyó para albergar el monopolio estatal de los aguardientes, los naipes y papel sellado. En 1809 se introdujo la producción de cigarros y polvo de tabaco. En 1887 la fábrica fue adjudicada a la Compañía Arrendataria de Tabacos, quien inició un período de reformas, saneamiento y mecanización de las instalaciones.
Manuel de la Ballina construyó uno de los pocos edificios industriales neoclásicos de la capital. Tiene planta rectangular con grandes proporciones, distribuida en torno a tres patios para darle mayor ventilación e iluminación. Sus fachadas, de gran sencillez de líneas, presentan un zócalo de granito, cornisas separando las cuatro plantas y frontones en las esquinas. Esta sencillez sólo está rota en la fachada principal, a la calle Embajadores, donde aparecen tres puertas en una disposición simétrica, enmarcadas con pilastras de orden dórico, resaltando la principal con una balcón corrido y una ventana enmarcada con cartela sobre el entablamento.