Este edificio fue la sede del LYCEUM CLUB FEMENINO (1926 – 1939) lugar referente para el protagonismo de las mujeres en la conquista de sus derechos civiles.
El Club, que se considera la primera asociación feminista del país, fue un refugio para las mujeres cultas y capacitadas de la segunda y tercera década del siglo pasado, donde se podían relacionar con otras y crear vínculos personales, demostrar su valía y conocimientos, y concienciarse sobre sus derechos, lo que supuso también proponer cambios en la situación jurídica y social de la mujer. Sufrió, como era inevitable, el rechazo persistente del patriarcado español y de la intelectualidad masculina más reacia a reconocer los derechos cívicos del sexo femenino.
Nace el Lyceum Club Femenino en 1929, a imagen del Lyceum fundado en Londres en 1903. En sus orígenes está el viaje que hicieron a esta ciudad dos de sus fundadoras, Carmen Baroja y Carmen Monné, que se hospedaron precisamente en el Lyceum londinense.
El Lyceum Club de Madrid tuvo en principio 151 socias y seis secciones: social, música, artes plásticas e industriales, literatura e internacional. La presidenta fue María de Maeztu, que dirigía también la Residencia de Señoritas, y, en su primera junta incluía a dos vicepresidentas: la escritora y diplomática Isabel Oyarzabal y la abogada Victoria Kent. Su secretaria era la traductora Zenobia de Camprubí. El criterio para pertenecer al Lyceum era fundamentalmente de formación y no de ideología política. Podían formar parte de él tanto mujeres solteras como casadas, así como tampoco importaba la clase social a la que pertenecían, aunque sólo las mujeres de la clase media o alta tenían la suficiente formación para ser admitidas. No importaba tampoco la inclinación sexual.
En el Lyceum se estrenaron muchas obras de teatro y fue lugar de inspiración para escritoras como Ernestina de Champourcín, Concha Méndez o Encarnación Aragoneses (Elena Fortún), entre otras.
Victoria Durán, en sus memorias, explica que el Lyceum Club Femenino de la “Casa de las siete chimeneas”, donde se encontraba, “tenía un salón con piano de cola para conciertos y en él se daban conferencias casi a diario. Las asociadas importantes y los maridos tan importantes de otras, hacían de este club un lugar exquisito y de gran categoría. había una sala de té, decorada con todo gusto, una biblioteca y una salita de bridge.”
Entre las acciones de la sección social del Lyceum se encuentran diferentes campañas contra la violencia de género, y la independencia de la mujer sometida a la voluntad y mandato del marido. También surgió allí el tema del sufragio femenino, que fue fundamental para que en 1931, por iniciativa de Clara Campoamor, fuese aprobado en las cortes el voto para la mujer.
A partir de 1930 socias como Victoria Kent, Clara Campoamor o Isabel Oyarzabal defendían a doble militancia del club, feminista y política, mientras que otras, Carmen Baroja, Zenobia Camprubí o Elena Fortún opinaban continuar su lucha por los derechos de la mujer, pero sin una clara orientación ideológica. Como resultado de esta disidencia se creo un nuevo foro, la “Asociación Femenina de Educación Cívica”, que terminaría siendo conocida como “La Cívica”, que habría surgido, en opinión de Antonina Rodrigo, “en desacuerdo con el espíritu elitista del Lyceum Club, que se había convertido en el lugar de encuentro de la señoras elegantes de la sociedad madrileña.” A “La Cívica”, que comenzó a funcionar en marzo de 1932, pertenecieron la escritora María Lejárraga, la primera arquitecta española Matilde Ucelay o la compositora María Rodrigo, entre otras.
Tras la Guerra Civil, el Lyceum se convirtió en el “Club Medina”, bajo la tutela de la Sección Femenina. Por su parte, “La Cívica” desapareció sin dejar rastro. A partir de 1939 las autoridades franquistas implantaron nuevamente los códigos del patriarcado más estricto, relegando a la mujer a la condición de una menoría de edad.