Su suegra en su casa de la calle de las Flores, cuya entrada está exactamente igual ahora. «Si pasan por allí un día», nos dice Ángel, «no hace falta que toquen el timbre. Le abrimos la puerta a cualquiera. Así somos los de aquí. Ya no hay la libertad que había. Ahora hay muchas envidias y no se puede confiar en nadie».