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Patrimonio urbano
Julián Marías
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Descripción
Titulo:
Julián Marías
Fecha:
2014
Lugar:
Madrid
Descripcion:
C/ Vallehermoso, 34
Distrito: Chamberí
Colocada en el año 2014
Editor: Ayuntamiento de Madrid
Tipo:
Placa conmemorativa
Signatura:
s/sig

Comentario
En esta casa vivió desde 1959 hasta su muerte en 2005 el filósofo JULIÁN MARÍAS, escribiendo en ella gran parte de su obra. En sus “memorias”, Una vida presente (1988) recordó así su traslado a este edificio de la calle Vallehermoso esquina Fernando el Católico: “En Madrid vivíamos con muy poco espacio; el piso de la calle de Covarrubias era muy agradable y simpático, pero pequeñísimo; los cuatro niños iban creciendo, y su «desplazamiento» era cada vez mayor; los libros aumentaban prodigiosamente y lo invadían todo. Un primo de Lolita, marino de guerra, se quedó mirando nuestra casa y declaró que a lo que más se parecía era a un submarino. Yo recordaba los versos de Lorca sobre Antoñito el Camborio, «Tuvo tres golpes de sangre / y se murió de perfil», y decía que yo vivía de perfil.

Era menester buscar un piso mayor, pero nuestros ingresos no lo permitían; iban aumentando, pero siempre tenía dinero para pagar un alquiler de dos años atrás. Al fin me decidí a pagar más de lo posible, con la esperanza de que el desajuste se superara después. Por gestión de José Antonio Muñoz Rojas conseguimos un piso nuevo en la calle de Vallehermoso, en las construcciones fomentadas por el Banco Urquijo. La mudanza fue inverosímil: tal era el número de cosas que había que trasladar. Hubo que hacer estanterías, una enorme mesa en forma de U, otros preparativos. Javier Lasso de la Vega facilitó el traslado de la biblioteca. Cuando me vi con los millares de libros en cajas y paquetes, en el suelo, me volví a Lolita y le dije: «De aquí, a la Almudena». No admitía otra mudanza que no fuera al cementerio. Era el 20 de enero de 1959.”

En cualquier caso, y más allá de su residencia durante casi medio siglo en la mencionada vivienda madrileña, es preciso hacer notar que aunque Julián Marías tuvo un padre aragonés y una madre andaluza, y nació en 1914 en Valladolid, sin embargo estuvo estrechamente vinculado a la ciudad de Madrid desde la infancia y a lo largo de toda su vida. De hecho, comenzó a vivir en ella desde los cinco años de edad. En sus “memorias” cuenta el primer contacto con la capital de la siguiente manera: “1919 es la primera fecha de que tuve conciencia; quiero decir que la primera vez que supe en qué año estaba –más aún, que se estaba en un año– fue al llegar a Madrid. Nos instalamos en un piso tercero de la calle de Hortaleza, que tenía el número 40; después se lo cambiaron por el 26. Era un lugar transitado”. “Ese año se inauguró el Metro. A la vez que los tranvías, empezamos a usarlo, la primera línea, hacia Cuatro Caminos. Me entusiasmaba: sus vagones nuevos, recién estrenados, rojos; las estaciones bien iluminadas; y el túnel oscuro, al fondo del cual se veía el resplandor de la estación siguiente.”

[…] en la minúscula casita de Vallecas, en pleno campo dilatado
y la escasa sombra de los eucaliptos […] hice mis experiencias de vida campesina; vi las labores del campo, sobre todo en tiempo de verano”.

No fue al colegio hasta enero de 1923. “Estábamos en una buena casa vieja de la calle de San Marcos, a dos pasos de mi casa, frente a la costanilla de los Ángeles, que desembocaba en la plaza de Bilbao (no en la glorieta del mismo nombre). Un letrero en el balcón principal decía: COLEGIO HISPANO. En los impresos añadía: «Dirigido por sacerdotes». No había tal: el único sacerdote era el director-propietario, don Nicolás Hortelano, que no enseñaba y se ocupaba de la administración. […]El colegio no se parecía nada a un colegio actual; era simplemente un piso grande, con aulas. No había campo de deportes, ni patio, ni nada. En las clases, un encerado, bancos, la mesa profesoral y un pequeño crucifijo. Supongo que a la pedagogía actual le parecerá todo ello execrable, pero recuerdo el colegio con viva simpatía: fue una parcela de felicidad. […] No aprendíamos demasiadas cosas, pero muy bien.”

Además de en un colegio madrileño, Julián Marías estudió en un instituto de la capital. “El Instituto al que empecé a ir en octubre era el del Cardenal Cisneros, en la calle de los Reyes. En Madrid no había más que dos, o dos y medio: el mío, el de San Isidro y el Instituto-Escuela, de reciente creación, muy limitado y que hoy se habría llamado «elitista». Por lo pronto, el ir a Cisneros amplió para mí la ciudad. Salía de casa por la mañana, llegaba a la calle de las infantas, hasta Fuencarral, recorría la calle de San Onofre, cruzaba la calle de Valverde, junto al convento de las Mercedarias de don Juan de Alarcón, a dos pasos de la iglesia de los Agustinos, seguía por la calle de la Puebla, hasta San Antonio de los Alemanes y la Corredera, continuaba por la calle del Pez y cruzaba la de San Bernardo, esquina a la Universidad, para entrar en la calle de los Reyes. Este recorrido lo hacía dos o cuatro veces al día, según tuviera o no clases por la tarde. Madrid, por aquellas fechas, a primera hora de la mañana, olía a pan caliente y a café tostado. Las tahonas eran muchas; por otra parte, los dependientes de las tiendas de comestibles –o ultramarinos– sacaban a la calle unos grandes bombos de hierro, con manivela, y tostaban café. Era una delicia. […]Desde entonces empecé la exploración de Madrid; solo o con algún compañero, me dedicaba a recorrer las calles y plazas, sobre todo cuando no sabía adónde iban a parar. Recorría kilómetros, y Madrid fue pronto una ciudad muy vivida, conocida en sus recovecos, lo mismo la Gran Vía en construcción que los viejos barrios, tan sabrosos, o el de Salamanca, entonces tranquilo, silencioso, con poca gente y escasas tiendas. Y, por supuesto, el Retiro, el Parque del Oeste, las pequeñas plazas; y, desde muy pronto, la Feria de Libros, primero en el Paseo del Prado, junto al jardín Botánico, y luego en la Cuesta de Claudio Moyano; y las librerías de viejo, que merecen capítulo aparte”.

“[…] me atraían las Ciencias, es lo que pensaba estudiar; pero ¿y lo demás? […] Entonces decidí matricularme en las dos Facultades a la vez: Ciencias y Filosofía y Letras. Por fortuna, estaban juntas en el viejo edificio de la Universidad, en la calle de San Bernardo, colindante con el Instituto”. Corría el año 1931. “Al acabar el curso, había comprendido que mi vocación era la filosofía, y decidí abandonar la Facultad de Ciencias”. La Facultad de Filosofía y Letras “era, ni más ni menos, vida intelectual, subrayando tanto el sustantivo como el adjetivo. Me descubrió mi vocación profunda, por todo aquello junto –adiviné la honda conexión, hoy tan desconocida, de todas las disciplinas de humanidades–, con un centro organizador en la filosofía, desde la cual había de mirarlo todo, que había de constituir, en una dimensión decisiva, el argumento de mi vida”. Allí se nutrió con el magisterio de José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri y Manuel García Morente, entre otros. “En enero de 1933 se trasladó nuestra Facultad al nuevo edificio –todavía incompleto– en la Ciudad Universitaria. Ya no era posible hacer a pie el recorrido de mi casa a la Universidad –el mismo que al Instituto–; era menester tomar un tranvía 46, que llevaba a la Plaza de la Moncloa, y allí un autobús que conducía a la Ciudad Universitaria. […] La Facultad era de arquitectura un tanto impersonal, pero todo estaba nuevo, limpio, reluciente. Las galerías y pasillos tenían azulejos de distintos colores, de modo que bastaba mirar para saber en qué piso se estaba. Las aulas eran cómodas, con buenos muebles sencillos; los despachos de los profesores, sobrios y decorosos. La Universidad de San Bernardo estaba mal cuidada, sucia, los bancos y pupitres llenos de inscripciones grabadas a navaja o pintarrajeadas”.

Marías fue un testigo de excepción de lo acontecido en Madrid durante la Guerra Civil, de la que ha dado buena cuenta en varios escritos. Su implicación en la causa republicana a lo largo de la contienda, y su labor junto a Besteiro en marzo de 1939, se utilizó en su contra para encarcelarlo un tiempo como preso político y para, posteriormente, cerrarle las puertas para ser profesor de Universidad e impedirle, por ejemplo, escribir en prensa. Esta situación le empujó a la enseñanza privada y a la traducción.

En 1941 contrajo matrimonio con su compañera de Facultad Lolita Franco. “Había que elegir entre un piso mejor desamueblado, vacío, y otro inferior pero con muebles. Optamos por lo segundo. Encontramos uno de reducidas dimensiones, en buen sitio, Covarrubias 14 (luego fue 16), junto a la calle de Sagasta y la plaza de Alonso Martínez. Era una casa nueva, se estaba terminando de construir, y el piso era muy agradable. Lo alquilamos, encargamos los muebles indispensables, buscamos en el Mercado de Artesanía los elementos necesarios, sencillos, sin lujo ni pretensiones, alegres y a nuestro gusto”.

A finales de la década del cuarenta Julián Marías fundó en Madrid junto con Ortega el Instituto de Humanidades y dio clases en universidades americanas a partir de 1950. En 1964, dado su prestigio intelectual, ingresó en la Real Academia Española y, con la restauración democrática, pudo impartir clases en la Universidad Nacional de Educación a Distancia desde 1980 hasta su jubilación.

Dentro de su numerosa, variada y difundida obra escrita, pueden destacarse, en orden cronológico, libros como su conocida Historia de la Filosofía (1941), Introducción a la Filosofía (1947), Biografía de la filosofía (1952), Idea de la metafísica (1953), Ortega. I. Circunstancia y vocación (1960), Antropología metafísica (1970), La mujer en el siglo XX (1980), La España real (1976-1981), España inteligible (1985), La felicidad humana (1989) o Persona (1996).

Julián Marías fue senador por designación real entre 1977 y 1979, en 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y en 2002 el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Actualmente lleva su nombre un Premio de Investigación de la Comunidad de Madrid en el área de las Humanidades.
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