Buena parte de las mercancías consumidas en los hogares madrileños a mediados del siglo XIX, procedían de la venta ambulante que se desarrollaba en las calles de Madrid. Perreros, vendedores de horchata, de fruta, cestas, perdices, carracas... Infinidad de vendedores y artesanos, más o menos regulados por la normativa municipal, ofrecían a gritos sus mercancías a los transeuntes aplicando su particular soniquete: los distintos pregones de Madrid que daban color y sabor a las calles de Madrid. Poco a poco, con la implantación de mercados cerrados en los barrios de la ciudad, esta práctica se fue erradicando de las calles, aunque nunca en su totalidad.