Con la generación de los pintores realistas de los años sesenta, formada por Antonio López, Amalia Avia, Isabel Quintanilla, María Moreno y el escultor Francisco López Hernández, se abre un nuevo capítulo en la forma de pensar la ciudad y de representar el paisaje urbano madrileño.
Madrid es la ciudad donde estos artistas estudian e inician sus carreras artísticas, y ese Madrid es uno de los ejes fundamentales de su mirada, de su percepción del medio humano, social y urbano que les rodea y de los cambios que paulatinamente van transformando la ciudad provinciana de la posguerra en una urbe moderna, pero también del ansia por testimoniar el paso del tiempo y las huellas de un pasado humilde en el presente inmediato.
Antonio López y Amalia Avia son los dos artistas que mejor han retratado Madrid. Formada en los años cincuenta, esta generación de pintores se caracterizó por su forma de trascender la realidad inmediata hasta penetrar y revelar su identidad más profunda y captar el irremediable paso del tiempo por las cosas.
Madrid es una referencia casi constante en la pintura y en la obra gráfica de Amalia Avia, pero nunca pintado, como ella misma ha comentado en algunas ocasiones, “sur le motif” a la manera impresionista. Su Madrid es el de los comercios y establecimientos galdosianos, a punto de desaparecer irremediablemente por la escasa valoración y el poco aprecio que la sociedad ha hecho de ellos como parte de un patrimonio intangible, pero también de algunas calles y edificios singulares y algunos barrios, expresión del profundo sentimiento que la pintora muestra hacia ellos (no sólo por su aspecto físico) sino también por las gentes que viven allí.
Bar “Viva Madrid” es un magnífico exponente de los escenarios vacíos que le interesaban a Amalia Avia, tras su etapa más social de ecos barojianos, en los años sesenta. Tiendas, establecimientos o paredes humildes de la ciudad que tienen –como ha señalado el dramaturgo Francisco Nieva– algo de un Zola femenino, pintadas con la crudeza gris de lo cotidiano para acabar convirtiéndose en personajes protagonistas que trascienden lo meramente local o hiperreal, como esta casa de comidas, cuya fachada está tapizada de azulejería (aquí con ecos madrileños bien precisos) tan característica de este tipo de comercios, sobre la que el tiempo ha dejado su huella más profunda y cierto misterio, que la pintora ha simbolizado por la utilización de una gama azulada sobria y una técnica pictórica morosamente ejecutada que acentúa esa sensación de un tiempo pasado y de unas sensaciones a punto de desaparecer.