Para un artista como Cristian Domecq, celoso a lo largo de su trayectoria artística de mantenerse al margen de cualquier opción grupal y teórica que confirme tanto a priori como a posteriori los resultados artísticos de su obra y que ha confiado e intuido siempre que el valor de una obra se resuelve en el acto de pintar en cada momento -él mismo ha escrito: "intento, pensando, infundir ideas a mis manos al pintar, pero es inútil. Solas, mis manos descubren por sí solas lo que deben hacer. Mis manos no piensan, evidentemente, pero sí saben mejor que mi mente rescatar el sueño de la vida-, le cuadra aquel juicio de Marcel Proust: "Todo el valor está en las miradas del pintor. El estilo no es una cuestión de técnica, sino de visión".
Aunque ya había expuesto en Madrid, en los años setenta, su presentación a principios de 1981, en la galería Buades -en cuyo espacio se dirimía buena parte de las tendencias del momento: los pintores figurativos de la "nueva figuración madrileña-, los abstractos vinculados con la llamada pintura-pintura en torno a la revista Trama y los experimentales, provenientes del conceptualismo y el arte procesual y postminimalista- supuso para Domecq su reconocimiento y, en cierta forma, su adscripción y activo protagonismo, en el corazón de la nueva pintura española.
Efectivamente, Cristian Domecq, como podemos ver por esta obra Duna participa, de un modo peculiar y propio, de esas influencias que él maneja con habilidad y acierto en una estructura convencional como pueda ser el género paisajístico donde, evocado aquí por el título y otras referencias figurativas, podemos situar esta obra. Fernando Huici se refirió a ello de la siguiente forma: "tras la apariencia del paisaje, estructura y color se articulan en un juego que se complace en evocar los equívocos de la visión, de sus trampas, sus reflejos".
A través de unas estructuras geométricas -ventanales o pantallas- que se repiten de manera secuencial y rítmica, recursos muy queridos por algunas modalidades abstractas, para ordenar la composición del cuadro, se despliega un paisaje -la duna (paisaje muy característico en algunas localidades de su tierra natal)- que invade luminosamente todo el espacio pictórico, en una topología que podemos asimilar, no sin ciertas dificultades, a una habitación convencional, y cuyo tratamiento pictórico le permite al pintor escapar de cualquier referencia naturalista. Como ha subrayado Quico Rivas, sobre una visión empírica de la naturaleza, se impone una tensión geométrica y una pulsión abstracta, que en cierta forma enlaza con las ideas -probablemente ya actuantes en ese momento en el pensamiento de Domecq- sobre el vacío en la filosofía zen. La Nada da forma a algo, comentaría el pintor en alguna ocasión, en consonancia con otro comentario suyo que se aviene con esta obra concreta: el corazón de mi obra está en la abstracción aunque me valga de elementos figurativos. MAC/EAL