El término palimpsesto, palabra procedente de la lengua griega, significa literalmente “grabado nuevamente”, y alude a los manuscritos que todavía conservan las huellas de otras escrituras anteriores, cuyas hojas fueron borradas expresamente para poder escribir de nuevo y dar lugar a la que ahora existe. Esa operación de escritura y borrado y vuelta a escribir podemos asimilarla a los procedimientos seguidos por Darío Villalba en su obra en general, pero muy en particular en este momento de transición a finales de los ochenta y principio de los noventa, cuando realiza una serie de obras que tienen mucho que ver con la idea del palimpsesto, y cuyo resultado, por breves momentos, supone el abandono momentáneo de la carga icónica y las alusiones figurativas que han caracterizado siempre su obra, donde la fotografía y la pintura se entrelazan para crear una imagen poderosa y fuerte.
Tres años después a la fecha de esta obra, pero muy en consonancia, sin embargo, con ella, Darío Villalba escribía que “un cuadro es una presencia final. Un icono autosuficiente conteniendo tensamente diversos o paralelos estados anímicos, vivencia, datos, predilecciones, accidentes, ironías o rechazos. Esto obviamente no surge de la nada o de lo gratuito, sino que cada cuadro definitivo tiene su propia autobiografía, su historia, sus capítulos”, que el artista escribe y reescribe sin cesar, podríamos añadir, hasta alcanzar, en palabras suyas también, “la autobiografía de la imagen”.
Por otro lado, en esa misma fecha, realiza una matizada referencia al uso de la fotografía en su obra. “La empleo –escribe–, fría y distanciadora, paradójicamente, como pintura, es decir, como vehículo que transmite todo tipo de pulsiones anímicas", frente al uso informativo o banalizado que de ella hace el pop art o como cuestionamiento de la misma obra o testimonio de ella por el arte conceptual. Esa clara distinción y distanciamiento, unida al expresionismo radical de su gestualidad pictórica es lo que se combina aquí, en Palimpsesto, como una síntesis entre ambos lenguajes.
Como ha señalado Aurora García en un texto esclarecedor sobre la trayectoria y las implicaciones éticas de la obra de Darío Villalba, en la década de los ochenta se puede hablar de un automatismo psíquico en el empleo de la fotografía, y los fragmentos fotográficos utilizados en estas obras no pueden entenderse ni como fotomontajes ni como collages, sino como magmas que se funden con lo pictórico, convertidos asimismo en pintura y ordenados por unas estructuras o signos geométricos (líneas, cuadrados, rectángulos o círculos) que, como resalta la crítica, contribuyen a regular el caos visual formado por un mare magnun de pedazos fotográficos, pinceladas y gestualidad. Fotografía y trazo pictórico se ha vuelto fluidez absoluta, para sugerir –como ha señalado Fernando Castro Florez- experiencias que se resisten a la verbalización y alcanzan la desnudez de la visibilidad. MAC/EAL