Mariano Carrera, Dis Berlin en la pintura, se dio a conocer a principios de los años ochenta en Madrid con obras en la que ya quedaba manifiesto su interés por las fotografías antiguas de ciudades europeas o exóticas, la literatura, los aviones, barcos, trenes,en fin, una iconografía que guarda mucha relación con el viaje como trayecto simbólico, pero paradójicamente concebido y expresado desde la inmovilidad del estudio y el trabajo creativo, representado aquí, en esta obra, por la imagen del pintor (sin duda un autorretrato), como viajero inmóvil, en la tranquilidad de su estudio, rodeado por sus libros, en una sosegada atmósfera nocturna, tema, por otro lado, de largas resonancias clásicas -recordemos los san Jerónimos escribiendo en aquellos ordenados studiolos renacentistas- y sus utensilios de trabajo, en el momento de crear imágenes que aquí, en esta pintura que evoca las composiciones en abismo, le rodean a la manera de una amplia vidriera o políptico, con los temas que a Dis Berlin le son esenciales; la estación de tren, la laguna veneciana, el avión despegando, la arteria en movimiento de la ciudad, el erotismo, el sueño, el gran transatlántico surcando las aguas, el mapamundi, la vela encendida, la cuartilla en blanco y la plumilla que aguarda la inspiración, el acantilado con la tormenta y una escena erótica -entre imágenes de juego y zozobra- entre quizá ese mismo personaje central que, ensimismado pinta todas estas escenas, y una mujer que lo abraza suavemente, ambos con los ojos cerrados rendidos a la noche que impregna todas estas pequeñas postales de sensaciones y sueños.
Se ha considerado a Dis Berlin como un iconófilo, un artista que reelabora sus sueños con las imágenes que colecciona y atesora como un museo portátil que le acompaña en su devenir artístico y sus búsquedas. Pintor con una cultura pictórica, visual y literaria muy intensa fue, como se ha señalado, el primer artista que, en nuestro país, revisitó a los pintores metafísicos -Giorgio de Chirico, Sironi o Filippo de Pisis- fuente de inspiración para este periodo azul que recogían aquellas dos primeras exposiciones madrileñas por el predominio de este color, en imágenes vividas y soñadas también, que están impregnadas de una conmovedora poesía y nostalgia. Como ha señalado Juan Manuel Bonet (imprescindible la lectura de su “Para un diccionario Disberlinesco”)
El viajero inmóvil I, es una pieza capital, auténtico retablo de sus aficiones y manías más queridas, el epítome de ese momento azul (de resonancias picassianas por el color utilizado), un mundo muy personal que nos dice que para viajar no es imprescindible el desplazamiento físico. MAC/EAL