Exiliado en París desde 1958, Eduardo Arroyo es uno de los principales representantes de la llamada Figuración Narrativa o Nouvelle Figuration, que tuvo su epicentro en la capital francesa, especie de tercera vía frente a la abstracción, el llamado Nuevo Realismo de Pierre Restany y sobre todo el esteticismo del Pop Art americano, contextos en los que puede encajar esta obra de fuerte carácter irónico en la que el pintor utiliza algunas de las técnicas comunes a aquellos artistas: encuadres próximos al cine y al cómic, la utilización de lo político o la búsqueda de nuevas relaciones entre las realidades cotidianas.
Esta obra, de título suficientemente elocuente y testimonial, pone en evidencia la oposición del artista, aunque de forma algo ya distanciada en clave irónica, al régimen franquista entrelazando dos realidades concretas: por un lado, lo político referido a una de las instituciones angulares del franquismo, los Sindicatos, y por otro, el de la fisonomía varonil expresada por el bigote masculino, icono de la estética masculina y autoritaria de la posguerra franquista.
Obra de sencillísima composición –una superficie lisa ornamentada con imágenes metafóricas, recurrentes en otras obras de este periodo- recuerda la gran familiaridad de este artista con las técnicas dibujísticas, el cartelismo y el uso del collage, en los que ha destacado como un maestro consumado. Este repertorio formal y técnico se pone aquí al servicio de un despiadado comentario visual sobre ciertos aspectos retardatarios de la cultura española en clave de lo que se llamó Figuración narrativa, que en nuestro país adoptó tintes políticos más críticos y por tanto más evidentes en su lectura o crónica, en contraposición a los iconos de masas, de carácter más frío y aséptico, del Pop Art americano. Como han comentado otros autores esta obra es un buen exponente de la “inveterada afición iconoclasta de Arroyo contra el régimen de Franco”. MAC/EAL