El bodegón cubista de línea sintética, en los que Juan Gris fue un gran maestro, es uno de los temas más apreciados por Fernando Bellver, bien como obra en sí misma, bien como parte de otros asuntos que identifican otros tantos aspectos de su obra, por ejemplo, algunos cuadros de hoteles, la serie de carteles anunciadores de inventadas “retrospectivas” suyas en los más prestigiosos museos del mundo, cuya imagen artística se centra en un bodegón, o las numerosas estampas que ha dedicado a este tema.
Desde el punto de vista del lenguaje artístico la utilización de los planteamientos de la imagen sintética cubista, a base de grandes planos y geometrías espaciales simples cargadas de colores brillantes, se adecuan maravillosamente bien a los estilemas del pop art que tanto han interesado a este artista. El núcleo central de la composición de esta obra (cuya realización parece tratada con el recurso cinematográfico de un primer plano que agiganta los objetos acercándonoslos) lo ha desarrollado Bellver con algunas variantes en obras posteriores, en el óleo Hotel Metropol Alejandría (1994) y su “traducción” al aguafuerte iluminado (Hotel Cosmopol) de la misma fecha. No es casual la referencia a la ciudad de Alejandría, epítome de la cultura egipcia y del interés viajero que tiene Bellver por Egipto. El título de la obra podría entenderse como un sintagma irónico sobre la ciudad, conocida sobre todo por otro de gran importancia cultural como es la celebérrima Biblioteca de Alejandría, acorde con lo que se ha comentado sobre los títulos de sus obras tan importantes como las obras mismas.
Su mayor exegeta, el estudioso Felipe Hernández Cava ha subrayado con fina precisión que hace ya muchos años Fernando Bellver decidió ser un artista sin estilo, pese a lo cual su discurso jamás ha variado un ápice, fuera de modas y tendencias, y fiel a su imaginario figurativo que concentra una maravillosa enciclopedia de imágenes atesoradas y queridas por él. También se le ha calificado, con justeza, de creador metamórfico, epíteto que cuadra bien con su condición viajera y su fino humor, pero sobre todo con su constante ir y venir sobre la idea de que el arte es un lenguaje en sí mismo y que no existe fuera de sí mismo. También se ha dicho, y es de justicia repetirlo aquí, que la obra de Fernando Bellver constituye la (re)creación de un espacio fundacional de resonancias y relaciones múltiples, el juego constante entre diversas iconografías y lenguajes, lo mítico y lo irónico, arte y naturaleza, pasado y presente, que posibilita la transmutación incesante de las formas, donde en ese espacio de redes heterogéneas se entrecruzan y yuxtaponen diversas extensiones del simulacro. Buen ejemplo de ello en La Langosta de Alejandría es la convivencia, sin sobresaltos, del estilo cubista analítico de la composición y las formas figurativas que lo componen, el tratamiento cezanniano de las naranjas y el uso de la estética de comic de línea clara de la langosta que da nombre a la obra, ejemplo de su nomadismo estético y de esa practica de apropiación tan característica de la posmodernidad de los años ochenta, con antecedentes tan ilustres como El Equipo Crónica o Eduardo Arroyo, artistas tan admirados por Bellver. MAC/EAL