Pintor y dibujante, a Javier de Juan se le asocia en sus inicios con la llamada Movida madrileña, en los ochenta. Como él mismo ha escrito, una nueva estética se fue adueñando de las calles, de las revistas, de las paredes de las casas y de los lugares públicos, del aspecto de la gente y hasta del aire que lo envolvía todo... no hay que olvidar que en esa época yo hacía tebeos y pósters, sobre todo, además de pintar. En esos años Javier de Juan, en el ámbito de la ilustración y las técnicas gráficas –en las que fue un activísimo y consumado creador, recordemos la revista Madriz, editada por el Ayuntamiento de Madrid, entre 1984 y 1987 donde colaboró con sus dibujos y portadas– pero también en el de la pintura, fue construyendo un estilo figurativo estrechamente conectado con escenas urbanas y con personajes que vivían sus relaciones en una atmósfera de soledad y cierta desesperación –los bares de copas, la noche y, por supuesto, la ciudad y lo urbano.
Con el paso del tiempo, las formas diluidas y dinámicas de las figuras que pintaba en esos años, se fueron haciendo más sólidas (con ecos neocubistas), acentuándose su ensimismamiento y aislamiento, de las que son buen ejemplo los dos personajes principales de esta pintura dedicada a la Gran Vía. La Gran Vía (tríptico) de 1997 es una obra relacionada con el gran políptico que Javier de Juan pintó ese año titulado El centro del mundo con el que guarda estrechas relaciones de asunto y composición, incluso de estilo y significado. Una buena parte del universo mental y plástico de Javier de Juan, como el de otros pintores de su generación, Fernando Bellver o Dis Berlin, gira en torno al viaje, un tema, donde los haya, de larga duración, tanto en la pintura como en la literatura.
Guillermo Solana ha analizado en profundidad ese políptico, subrayando, entre otros aspectos, la utilización del automóvil como refugio desde el cual se establece una divisoria entre el mundo interior y el exterior, el recurso al uso de múltiples puntos de vista a la manera cinematográfica, la utilización formal de panorámicas desde el interior del coche y el uso de planos y contraplanos entre los personajes, y la sugerencia de que la relación que los personajes mantienen entre sí pasa por el cansancio, el hastío y acaso una fractura emocional entre ambos. De todos esos elementos, a lo que cabría añadir el uso de la fragmentación espacial, deudora en Javier de Juan como en otros artistas de su generación, de los lenguajes formales de las vanguardias históricas, participa, sin duda, La Gran Vía (tríptico).
Pero además, Javier de Juan, en esta obra ha sabido fusionar ese doble concepto de lo urbano que ya distinguían los clásicos, el de la ciudad en su doble aspecto, el físico (la urbs) y el social (la civitas). Su visión de la ciudad, aunque figurativa, no es realista, más bien se trata de una imagen construida en el sentido al que se ha referido, a propósito de las vistas urbanas, André Corboz. Aquí, aunque esquematizados, reconocemos algunos edificios, El Capitol, por ejemplo, símbolo de la vanguardia arquitectónica madrileña de los años 30, mientras que los viandantes y el atasco de coches en el que todos parecen estar sumidos, expresan un alto grado de soledad, connatural a las grandes ciudades, que se particulariza con mayor precisión en la mujer y el hombre en el interior del coche; en definitiva un retrato psicológico y banal de la vida diaria de la gran ciudad. MAC/EAL