Cuando se examina el extenso curriculum profesional de Javier Utray se advierte rápidamente la variedad de intereses que sostuvo a lo largo y ancho de su vida: la arquitectura, en primer lugar, la estética y la teoría de las artes, un cierto coleccionismo, colaboraciones en revistas, la música -composición e interpretación-, la poesía, performer avant la lettre -recordemos la destrucción de su instalación, El Mausoleo de Duchamp, en 1977, en la exposición de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia-, la práctica "sui generis" de la pintura, una de sus grandes pasiones, videoartista, y, sobre todo, una intensiva práctica de la conversación y el diálogo, donde se plasmaban sin solución de continuidad muchas de sus ideas y apreciaciones críticas, producto de su erudición en los saberes más variopintos y excéntricos y un diletantismo activo.
Fernando Castro Florez le ha considerado como uno de los más singulares maestros del arte contemporáneo español, dotado de una inteligencia impar y laberíntica. Admirador profundo de Marcel Duchamp, y en cierta forma seguidor de sus ideas antiretinianas sobre la pintura, le dedicó buena parte de sus reflexiones, algunas obras (incluido su homenaje trasvestido a Rose Selavy ("El eros es la vida"), y el gusto, un tanto hérmetico a veces, por los títulos como este de Amantes (cadáveres en el armaryo) imantados. Salvo alguna referencia suya a obras matéricas en su juventud, Javier Utray realizó su primera individual en 1990, con cuarenta y cinco años.
Chema Cobo ha recordado el método de trabajo de Utray para la realización de esas pinturas, "antirretinianas" y ejecutadas "sin tocar un pincel" en consonancia con ciertas vanguardias antipictóricas. Partiendo del diccionario (proceso muy semejante al seguido por el escritor Raymond Roussel tan admirado, asimismo, por Duchamp) seleccionaba palabras a las que asociaba ciertas imágenes, que superponía y luego "por teléfono" con la gama de colores Pantone daba las órdenes oportunas para su impresión, al modo en cómo Moholy-Nagy encargó una serie de obras por teléfono en las primeras décadas del siglo XX.
Óscar Alonso Molina ha resumido muy bien el método seguido por Utray para realizar, como él la define, esa "pintura sin manos", basada en el saqueo selectivo de la historia visual de nuestra cultura, mediante un técnica quirúrgica y su injerto en un nuevo tejido textual por él preparado, casi siempre una matriz más densa y conceptista, más abigarrada y hermética. La calavera, la botella de Klein o las escalas del Pantone, entre otros, son motivos recurrentes de los asuntos tratados por Utray como vemos en estos Amantes (cadáveres en el armaryo) imantados. Dentro de una composición geométricamente muy sencilla se combinan varias imágenes, organizadas en cuatro rectángulos, entrelazados por una combinatoria selección de colores. La calavera y una imagen de la botella de Klein superpuesta a una estructura continua de arcos ojivales que, al girarlos ciento ochenta grados, nos dan el esqueleto de una embarcación, se interrelacionan más allá de sus nichos de color para darnos, visto así, la clave de un posible significado: la botella de Klein -en realidad lo que descubrió el matemático alemán lo designó como" superficie de Klein"- es una superficie no orientable que no tiene ni interior ni exterior, como el viaje eterno que habremos de recorrer, parece decirnos el artista, una vez alcanzado ese estadio definitivo y sin superficie que caracteriza a la muerte. Una curiosa forma de representar y aludir también al viaje de la vida y al amor, siempre entrelazados, en un espacio geométrico de n dimensiones, el de las geometrías pluridimensionales que tanto interesaron a Marcel Duchamp, tan admirado por Javier Utray, a quien le gustaba definirse como ajeiropoietas: fabricante, artista o inventor. MAC/EAL