La pintura de Juan Antonio Aguirre, además de los valores plásticos que le son inherentes, expresa siempre, desde la emoción, el placer de pintar. En el amplio contexto histórico español que abarca desde la crisis del informalismo hasta los años ochenta, la figura de Juan Antonio Aguirre, como crítico y pintor, se destaca de forma merecida desde su iniciativa de Nueva Generación (1967), su labor al frente de la galería Amadís donde dio a conocer nuevos artistas de la talla de Gordillo, Elena Asins, Alcolea, Carlos Franco, Rafael Pérez Mínguez o Guillermo Pérez Villalta, entre otros muchos.
Como ha señalado algún crítico, el arte de los ochenta, en cuyos inicios se sitúa este Carmen del Rosal, en el ámbito de la celebérrima exposición de Madrid DF (1980), empezó en los setenta, y en él tuvo destaca presencia Juan Antonio Aguirre. Juan Antonio Aguirre se vuelca en una pintura, en una figuración de cosas cotidianas fuera del ámbito de la ironía, que venía a caracterizar a algunos de los artistas englobados en lo que se llamaría Nueva figuración madrileña, con los que compartió una gran pasión y una gran fe por la defensa de la pintura. Pero los presupuestos estéticos de los que se valía Juan Antonio Aguirre estuvieron más próximos a esa joie de vivre de la pintura francesa encarnada por artistas como Matisse o Bonnard, dos claras referencias, y dos artistas siempre reivindicados por Aguirre, sin ocultar otras opciones como él mismo señaló en un texto de 1976 que es perfectamente aplicable a esta obra: “Al empezar el cuarto o quinto cuadro -se refiere a los cuadros que pintó para una exposición en Pamplona ese año- había reconocido en mí la vivencia técnica liberadora de la action painting... la pintura había vuelto a ser, de manera imprevista, y sobre todo, un goce. Entendía bien a algún impresionista, su entrega al arrebato emocional del color, sin un dibujo previo, como sin partitura.... No necesitaba pretexto de actuación. Pintar era algo que yo inventaba, un nuevo rito, una ceremonia inédita, una actitud privilegiada recién descubierta”.
Carmen del Rosal es expresión de esa búsqueda narrativa intimista que enfoca las cosas cotidianas bajo la óptica del placer y el goce sensible inmediatos procurando escapar de cualquier retórica o pose, poniendo de relieve la suntuosidad del color y una gran brillantez formal y cromática, la felicidad, como se ha dicho, del ojo que se deja llevar por el motivo y el asunto a tratar. Carmen del Rosal es también una obra representativa de la producción de Aguirre de esta etapa que describe con planteamientos figurativos de profunda huella bonnardiana y en cierta forma fauvista, el paisaje sereno de una villa campestre de umbrosas arboleda. El rotundo protagonismo del color, libre y vital, y los empastes gruesos y difuminados de la pincelada con los que construye la escena son características específicas de Aguirre, un artista que supo reconciliar sin dogmatismo el sentido crítico con la práctica de la pintura. MAC/EAL