La palabra griega kuros designaba desde el siglo V a. C. a un adolescente, pero también las estatuas que recibían esta designación eran conocidas como Apolos, pues se creía que representaban al dios. Desde un punto de vista formal y compositivo, estas esculturas, con una escala manifiestamente superior al cuerpo humano, se caracterizaban por su fuerte geometrismo, en torno a ejes verticales y horizontales, que hacían de ellas bloques casi simétricos en todas su partes constitutivas -cabeza y cabello, torax, brazos, rodillas o piernas- salvo por el adelantamiento de una de estas como intento, aunque tímido, de reflejar el movimiento. La fuerte simetría compositiva que muestran nos aclara que estas esculturas estaban pensadas para ser vistas frontalmente, creando en el espectador un sentimiento de admiración incondicional por su intensa presencia.
Kouros Rojo forma parte de una serie de obras que Navarro Baldeweg realizó a principios de los años ochenta en torno a la idea y concepto plástico de los Kuroi -plural de kuros- griegos, utilizando la figura y frontalidad de un aspa como elemento formal que organiza y redistribuye en el espacio pictórico bidimensional la gestualidad y el color utilizados por el artista, que diferencia a unos de otros de la serie. Esta figura, el aspa (o si se prefiere dos conos unidos por su vértice), la asimilamos aquí con el cuerpo de la estatua en lo que tienen de común geometría, pero la bidemensionalidad del cuadro (un logro de la modernidad) le permite al artista culminar en una expresión dinámica que aquella no tenía, y tratar el color y la gestualidad implícita en él como verdaderos protagonistas de la obra, confiriéndole al resultado final una tonalidad exultante (de vivos y radiantes colores) que, en cambio, sí conectan con la psicología alcanzada por los artistas griegos en aquellas esculturas.
La fortaleza visual de lo icónico, que ha considerado algún crítico en estas obras, obedece a lo que Navarro Baldeweg, artista que encarna múltiples facetas profesionales, denomina “aspectos fuertes de las razones de la pintura”: su carácter icónico, presencial, ornamental, rítmico e incluso, por qué no, conceptual, que se conecta aquí con los mitos y una antigüedad idealizada. Esta evocación icónica, tras su paso por el minimalismo y una práctica conceptual muy sui generis, sin olvidar su conocimiento arquitectónico, le lleva en los ochenta a Baldeweg a consolidar un proyecto estético complejo, del cual estos Kouros son el inicio. Para Patricio Bulnes, que comentaba estas obras en el catálogo de la exposición Madrid DF donde se exhibieron la idea que encerraba estas obras era el de la presencia de la pintura que, por su energía, nos atrapa, y no nos deja ir más allá, situándonos en la antípoda de la ventana (del cuadro entendido como ventana). Una presencia que crea una serie de circuitos visuales, entre el espectador y la obra, y que al tiempo altera nuestra conciencia. MAC/EAL