Obra de una potencia visual impactante y muy representativa, en clave autobiográfica, de un episodio del artista –“era alucinante oír a Manolo Quejido contar cómo su cuadro X USA-ndo nació de una experiencia con un ácido, nada más llegar a Nueva York" como ha recordado su galerista de entonces Mercedes Buades–. A esa potencia visual se añade una fuerte connotación onírica, producto a su vez de la polisémica actitud de este pintor, que la hace muy representativa además de lo que se llamó Nueva Figuración madrileña, grupo al que perteneció Manolo Quejido.
Sin palabras se expuso por primera vez en octubre de 1977 en la galería Buades –en cuyo espacio lo pintó el artista porque por sus dimensiones no tenía posibilidad de pintarlo en otro lugar, para la exposición individual “X USA-ndo sin palabras”, referencia alusiva al viaje que acababa de hacer Quejido por Estados Unidos, y que podría interpretarse como la síntesis de un cuaderno de campo irónico referido a ese viaje, y que podríamos retraducir “Por USA ando sin palabras”, alusión irónica al enclave artístico dominante en la época y referente semántico también de los múltiples estilos artísticos de los que se sirvió Quejido para sus composiciones, en la línea de los otros miembros de aquella generación de pintores que reivindicaron la pintura como expresión artística singular e individual en un contexto poco favorable.
El propio Quejido se ha referido a sí mismo como un artista que buscaba conscientemente el pluriestilismo o, si se prefiere, como se ha dicho para los años setenta, todos los idiomas de la modernidad, de los que esta obra participa (y no sólo por oposición a ciertos estilos dominantes en USA), y que resume lo hecho por él en las numerosas cartulinas que pintó en los setenta bajo el genérico título de Taco. La composición alude, dentro de un contexto urbano que podría aludir a cierta estética neoyorkina, a un espacio irreal sumido en la atmósfera de un sueño, en el que se dan cita varios acontecimientos y numerosas referencias plásticas dentro de esa atmósfera onírica que la baña por entero, y donde creemos encontrar un subtema que le interesaba a Quejido por aquel entonces, el de los encuentros fortuitos debidos al azar y sus implicaciones.
Quizá sea la obra donde Manolo Quejido ha manifestado una más clara influencia picabiana, del mejor Picabia y de su “sistema antiestilístico”. En cualquier caso esta obra fue un reto consciente para el artista y buena prueba de ello es que en el catálogo de la exposición –donde inserta un boceto– la sitúa junto a las Señoritas de Avignon de Picasso, que con seguridad vería en el MOMA de Nueva York, obra a la que se ha considerado el fundamento y arranque de toda la pintura del siglo XX. MAC/EAL