Hasta 1972, año en el que Margarita Suárez Carreño, licenciada en Literatura y poesía inglesa, pinta este cuadro -técnica que ha cultivado comparativamente poco en relación con el dibujo, que constituye el grueso de su obra, llegando incluso a destruir un óleo, titulado Odio el óleo (1969-1971), que fue finalista del Primer Premio de Pintura de Blanco y Negro-, en su curriculum artístico hay que destacar su temprana dedicación al dibujo, su participación en la Exposición Internacional Drawings en Toronto (1965), su colaboración como escaparatista en El Corte Inglés (1966) -arte y escaparatismo en estos grandes almacenes que desde hace unos años viene revisando Alfonso de la Torre en el contexto de ARCO-, sus dos primeras exposiciones individuales en la galería Kreisler de Madrid (1968 y 1971 respectivamente), espacio artístico atento a las propuestas novedosas de aquellos años, su participación en los vanguardistas Encuentros de Pamplona (1972), así como diversas estancias en París (1967, 1969 y 1971, años decisivos de cambios en las artes y el pensamiento) y Londres.
Hasta este momento, Margarita Suárez Carreño se alza con un estilo creativo propio, elaborado por medio de un dibujo de líneas entrecortadas y superpuestas, de arabescos profusos y trazos dinámicos, que convierten el espacio de la composición en celosías, a través de las cuales nos va descubriendo, con mirada entomóloga, multiplicidad de visiones de la ciudad moderna, de sus componentes industriales y artefactos mecánicos, de sus arquitecturas y ruinas, pero también de la soledad de sus habitantes, un mundo hecho jaula, arquitectura metálica, en expresión acertadísima de uno de sus comentaristas, el excelente poeta José Hierro. Y justo cuando ese territorio gráfico y conceptual es un signo de identidad de su carrera, Margarita Suárez Carreño pinta este Collar cósmico que debemos de leer como un momento de replanteamientos o transición hacia un orden más abstracto y menos físico -con acentos paulkleeinianos- reflejado por ese vacío central de la composición, recorrido por una cinta de energía que se transforma cromáticamente a su paso, y en torno al cual se ordenan, con la regularidad constructivista de sus anteriores propuestas, una serie de viñetas -recurso que también utilizaba en sus composiciones gráficas- que forman como un inventario e índice de sus anteriores preocupaciones -arquitecturas, siluetas de la anonimia urbana- y de posibles nuevas imágenes, incluidas las cuentas del collar, apenas figurativas.
El título de esta obra proviene de un collar nepalí comprado por sus padres en un viaje a la India, con el que la pintora se autorretrataría en un dibujo de este mismo año, representada sin boca. Pintado en un momento de tensiones emocionales, la artista ha recordado que leía en ese momento una edición de Versión celeste de Juan Larrea, un poeta de la videncia y el resplandor. MAC/EAL