El título de esta obra proviene del conocido cuadro homónimo de Correggio que se conserva en el Museo del Prado, cuya belleza, armonía compositiva y sensualidad inspiró a Santiago Serrano a realizar esta pintura que, en cierta forma, es también un tributo de reconocimiento a los valores de la pintura clásica como fuente de inspiración y de análisis, pero también es, como ha señalado Óscar Muñoz en su tesis doctoral sobre la pintura de Serrano, la culminación de su ciclo pictórico, riguroso y condensado, de los años setenta, y una obra que, también a juicio del estudioso, condensa admirablemente el quehacer del artista durante esa década.
La composición de esta pintura –para la que utiliza el formato díptico recurrente para él en años precedentes–, elaborada a partir del estudio de Serrano sobre las proporciones del cuadro de Correggio, la intensidad de la túnica azul del Cristo y las carnaciones de los cuerpos de los protagonistas, le llevan a considerar la posibilidad de combinar un color azul y un rosa pálido, que en la composición definitiva (bastante distinta a los bocetos previos que se conservan de ella) se reduce al azul y al blanco, que como él mismo anota en ese momento en un cuaderno en el que elabora distintas composiciones, habría de producir una obra en la que “todo es marco de sí mismo, forma y contenido”.
El resultado final es una pintura que reduce los medios plásticos a la máxima esencialidad en el tratamiento de la pincelada, expandida con uniformidad casi velada, y el color, que alcanza un sentido casi simbólico, de pureza, que conecta, sin necesidad de recurrir a recursos programáticos, con las sutiles superficies visuales coloreadas de la abstracción conocida como Colour Field Painting y el carácter metafísico que alcanza Barnett Newmann en obras como Vir Heroicus Sublimis.
Noli me tangere, del que existen otras versiones así como también varios bocetos preparatorios, simboliza a la perfección la trayectoria singular de Santiago Serrano, al margen de modas al uso, en el campo de la abstracción y en la apuesta, desde los años setenta, por el retorno a una pintura que se defiende por sí misma y por los valores sensibles que expresa, por la tensión espiritual que late, como ha señalado algún crítico, bajo esas sutiles atmósferas coloreadas en las que la pintura se deposita como la suave lluvia empapa la tierra para nutrirla. Es decir, una práctica significante de la pintura, que atiende a valores como el color, la pincelada, la luz, la composición o las variaciones formales, de la que es un excelente exponente este Noli me tangere. MAC/EAL